15 de febrero de 2007


Hace tiempo que no teníamos contacto.
Me metí en tu casa, me senté en tu sillón.
Me serví jugo de la heladera.
Vi esos cuadros de tu familia en las paredes.
Pude apreciar el daño en tu interior.
Tu sensación de frustración de cara a otra relación afectuosa.
Apenas haberte tratado, siento conocerte.
No hubo manera de emitir palabras.
Menos sentir la temperatura de tus manos.
Al final del recorrido acabé en la misma cama.
Esta vez con algo en que soñar…



¿Otra vez por acá?

Un visitante que llegó desde no se donde.
Sin darme cuenta albergó a su familia, parientes y amigos.
Hace tiempo que pensaba haberme desligado de este tipo de inquilinos.
Que exprimen tu sangre hasta rebasar, sin importar el factor.
Van y vienen mientras realizo mis quehaceres cotidianos.
Sin control de natividad se reproducen a más no poder.
Nadie vive exento a esta clase de parásitos.
Suelo encontrarlos en alguna pileta. En la escuela seguro los he visto.
Y no entiendo como el gobierno no toma cartas en el asunto.
Ahora estoy en tratamiento para no comerme la cabeza.
Pero inspecciono la zona y cada vez aparecen más.
De solo nombrarlos me produce comezón.
No quiero convertirme en shaolin, aunque sea la solución definitiva.
No voy a desmalezar para que se vayan a otro baldío.
Quieren ser parte de mí, pues bien, van a tener que aguantar el aluvión de químicos que adquirí de promoción en el supermercado.
Y si tanta loción no los erradica de una vez por todas de mi cabellera, cuando el arado de dientes finos con ranuras transversales los detecte, disfrutaré apretando sus siluetas, hasta sentir ese sonido solo comparado con esas burbujitas de los envoltorios protectores que vienen cuando uno compra algún aparato nuevo y se envicia reventando.